* Sale a la calle El Libertario # 53 (mayo-junio 2008), vocero ácrata de ideas y propuestas de acción, que en su editorial ratifica el compromiso con la movilización social autónoma, opción que ya empieza a expresarse en las luchas concretas de los de abajo, como en el reciente conflicto de los trabajadores siderúrgicos.
Pese a la opinión que nos merezca la estatización de la compañía, el camino recorrido por los trabajadores de SIDOR, la principal siderúrgica venezolana, ejemplifica la impostergable tarea a realizar por los movimientos sociales y populares del país: movilizarnos y luchar por nuestras propias demandas. Para libertarios y libertarias es la beligerancia del movimiento de oprimidos y oprimidas, de cualquier signo, la que promueve los cambios positivos en la sociedad. Esperar que esas mejoras lluevan desde las alturas del poder es, como lo ratifica la realidad en los últimos años, una quimera. Pero el accionar de los movimientos se ha visto atrapado por dos grandes camisas de fuerza: la polarización inducida por los de arriba, por una parte, y la hipoteca de la autonomía cedida por los de abajo, por la otra.
Desde el año 2001, El Libertario ha denunciado la falsedad de la polarización inducida por las cúpulas en pugna por el poder. Ambas concepciones, ilusoriamente antagónicas, beben de la misma fuente: un gobierno basado en la renta petrolera, enmarcado en la globalización económica, con el máximo control posible sobre la sociedad y con la apertura mínima de reales espacios de protagonismo popular. El maniqueísmo impuesto logró legitimar el "liderazgo" de cada cúpula, destrozando el tejido social beligerante de base evidenciado durante los 90´s, infantilizando el pensamiento y ocultando la causa estructural de la crisis política: una de las distribuciones de riqueza más injustas del continente, situación que por lo demás se ha mantenido. Al tener que tomar partido por uno de los bandos, los propios movimientos de base asumieron la racionalidad maniquea, desplazando sus agendas políticas a un segundo plano y movilizándose por las consignas difundidas desde el poder, electoralizando sus esfuerzos.
Es en este contexto donde valoramos como significativo que un grupo de trabajadores retomen sus exigencias laborales, independientemente de sus preferencias políticas, y que se hayan movilizado por ellas contra viento y marea. Al romper el falso consenso, la lucha sidorista se enfrentó a la respuesta tradicional, de antes y de ahora, de los gobiernos venezolanos: represión y solidaridad estatal con la patronal. Ante los palos y el encarcelamiento de los trabajadores, los cogollos sindicales "bolivariano" y "opositor" olvidaron elementales principios de solidaridad de clase, en un silencio estruendoso. La polarización de las centrales laborales recordó amargamente las consecuencias de sustituir la agenda social y laboral por la agenda politiquera y mediática.
Pese a la opinión que nos merezca la estatización de la compañía, el camino recorrido por los trabajadores de SIDOR, la principal siderúrgica venezolana, ejemplifica la impostergable tarea a realizar por los movimientos sociales y populares del país: movilizarnos y luchar por nuestras propias demandas. Para libertarios y libertarias es la beligerancia del movimiento de oprimidos y oprimidas, de cualquier signo, la que promueve los cambios positivos en la sociedad. Esperar que esas mejoras lluevan desde las alturas del poder es, como lo ratifica la realidad en los últimos años, una quimera. Pero el accionar de los movimientos se ha visto atrapado por dos grandes camisas de fuerza: la polarización inducida por los de arriba, por una parte, y la hipoteca de la autonomía cedida por los de abajo, por la otra.
Desde el año 2001, El Libertario ha denunciado la falsedad de la polarización inducida por las cúpulas en pugna por el poder. Ambas concepciones, ilusoriamente antagónicas, beben de la misma fuente: un gobierno basado en la renta petrolera, enmarcado en la globalización económica, con el máximo control posible sobre la sociedad y con la apertura mínima de reales espacios de protagonismo popular. El maniqueísmo impuesto logró legitimar el "liderazgo" de cada cúpula, destrozando el tejido social beligerante de base evidenciado durante los 90´s, infantilizando el pensamiento y ocultando la causa estructural de la crisis política: una de las distribuciones de riqueza más injustas del continente, situación que por lo demás se ha mantenido. Al tener que tomar partido por uno de los bandos, los propios movimientos de base asumieron la racionalidad maniquea, desplazando sus agendas políticas a un segundo plano y movilizándose por las consignas difundidas desde el poder, electoralizando sus esfuerzos.
Es en este contexto donde valoramos como significativo que un grupo de trabajadores retomen sus exigencias laborales, independientemente de sus preferencias políticas, y que se hayan movilizado por ellas contra viento y marea. Al romper el falso consenso, la lucha sidorista se enfrentó a la respuesta tradicional, de antes y de ahora, de los gobiernos venezolanos: represión y solidaridad estatal con la patronal. Ante los palos y el encarcelamiento de los trabajadores, los cogollos sindicales "bolivariano" y "opositor" olvidaron elementales principios de solidaridad de clase, en un silencio estruendoso. La polarización de las centrales laborales recordó amargamente las consecuencias de sustituir la agenda social y laboral por la agenda politiquera y mediática.
Para los oprimidos no existen diferencias sustanciales entre los opresores. Cuando se conmemora un nuevo Primero de Mayo todos y todas, trabajadores y trabajadoras, debemos pelear, aquí y ahora, por arrancar nuestros derechos a los patrones. Retomar nuestras propias banderas de lucha y no claudicarlas por nada: ni por elecciones de nuevos amos ni por promesas demagógicas de caudillos de pies de barro. Rechazando el esquema simplista y desmovilizador de la polarización, recuperando la autonomía de nuestros movimientos. Una consigna, preñada de sentido común, lo resume mejor que nosotro/as: ¡El pueblo unido avanza sin partido!
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